Al entrar en esta vivienda se percibe de inmediato que cada rincón ha sido pensado al detalle, sin artificios ni pretensiones. La reforma no ha sido solo estética, sino estructural: se partió de cero para levantar un espacio que respira amplitud, luz y coherencia. La altura de techos, cercana a los tres metros, refuerza la sensación de calma y elegancia discreta que envuelve toda la casa.
La cocina, diseñada como núcleo social de la vivienda, se abre con una gran isla central que invita tanto al desayuno tranquilo como a las sobremesas largas. Todo está oculto a la vista: los electrodomésticos, la despensa, incluso la vinoteca, integrados con mimo en carpintería de roble. Desde allí se conecta con un salón semi-independiente, lo justo para mantener la conexión sin renunciar a la intimidad.
Los dormitorios siguen esa misma línea sobria y cálida. El principal incorpora un vestidor y un baño con doble lavabo en piedra. El segundo, también en suite, sorprende por la cantidad de armarios y la sensación de recogimiento. Aparte, un aseo de cortesía y un pequeño zaguán que ordena los espacios y los tiempos.
Todo en la casa busca el equilibrio: ventilación cruzada, materiales nobles, texturas naturales, luces indirectas. El suelo continuo, los mecanismos eléctricos, la grifería o los herrajes no compiten entre sí, sino que suman en armonía. No hay nada impostado. Las piezas de mobiliario y la iluminación —de firmas reconocidas, sí, pero elegidas con criterio— acompañan sin robar protagonismo.
Está situada en la segunda planta de un edificio señorial con portero físico, dos ascensores y acceso directo al trastero. Y aunque es interior, la orientación norte-sur asegura luz durante todo el día